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jueves, 14 de mayo de 2009

Los Niños del Azúcar - Niños esclavos

jueves, 14 de mayo de 2009


El Nuevo Herald - Martes 5 de junio de 2007

Desde sus orígenes la producción azucarera ha estado rodeada de iniquidad y barbarie, como una metafórica ecuación que equiparara la ignominia como un valor directamente proporcional a la intensidad del dulzor. En el docudrama Sugar Babies (que se presentará el 27 de junio en el Grahan Center, FIU, de 2 a 5 p.m.) de la cineasta y antropóloga cubanoamericana Amy Serrano, apreciamos el relato documentado hasta el detalle de un caso insólito de esclavitud moderna a la que están sometidos los braceros haitianos indocumentados que trabajan en la zafra azucarera dominicana.

Los haitianos son reclutados por una red de traficantes activos a lo largo de la geografía haitiana y luego introducidos en RD ''ilegalmente'', pero con la complicidad de las más altas autoridades migratorias y de otras instancias del gobierno, como puede verse en los testimonios que van desde traficantes, soldados, oficiales y guardias fronterizos, hasta altos funcionarios de inmigración del país. Luego, a escondidas, son distribuidos en los bateyes, de acuerdo a necesidades previamente establecidas por los ingenios azucareros pertenecientes a la familia Vicini y a los Fanjul, sí, nuestros compatriotas y millonarios vecinos del sur de la Florida, según narra el documental.

Las condiciones de vida en los bateyes son espeluznantes, comparables a barracones o chozas inmundas del siglo XIX. El pago, más que salario, una estafa que no alcanza para garantizar una comida digna al día, y donde los niños muchas veces desayunan con la caña que sus padres cortan en los campos. La condición de indocumentados impide a los trabajadores salir del territorio del batey, el único lugar donde —sospechosamente— las autoridades dominicanas no van a chequear su status migratorio ni a amenazarlos con la deportación.

La satisfacción de sus necesidades se da en las tiendas del batey, donde todo es más caro; allí los indocumentados se endeudan y permanecen atrapados en ese círculo vicioso. El batey es un territorio físico y legal alternativo bajo la jurisdicción de los ingenios, diseñado o conformado en la práctica sólo para los haitianos. Desde el siglo XX conocemos el nombre de semejante sistema, el apartheid.

El filme nos muestra estampas goyescas: niños y ancianos hambrientos, viviendo en pocilgas, cundidos de enfermedades en su mayoría de fácil tratamiento, sarna, tuberculosis, parásitos; pero lo peor —y es el superobjetivo que Amy Serrano se propone en su trabajo— es la condición de vida y el futuro de los niños, muchos de los cuales trabajan en la siembra y otros en el corte de caña desde los ocho años de edad.

De acuerdo con la Constitución dominicana, toda persona nacida en el país tiene derecho a la ciudadanía. Sin embargo, los hijos de los haitianos indocumentados nacidos en RD carecen de ella. La ausencia de documentos de identidad les confisca para siempre de los instrumentos de movilidad social que portan, incluso, los dominicanos de la condición económica más baja; no acceden completamente al sistema de educación, precariamente a las escuelas de los bateyes —cuando las hay— donde no pueden estudiar más allá del cuarto grado. El futuro de esos niños se circunscribe a la ''ciudadanía'' del batey, asegurando el futuro de la fuerza de trabajo de los ingenios azucareros. Crecen así como ilegales en el país que por derecho y naturaleza les es propio, como ''niños del azúcar'', ciudadanos de ningún país.

Sería muy fácil para el gobierno dominicano reclutar a los trabajadores haitianos con visas de trabajo temporal y hacerlos entrar legalmente. Al parecer, lo mismo a la industria azucarera como al gobierno les interesa que entren como indocumentados (a un promedio de 30,000 anuales según algunos estimados), algo que le permite a la industria azucarera someterlos a una extrema explotación sin que puedan reclamar nada, precisamente por su condición de ilegales que tienen sobre sus cabezas la espada de Damocles de la deportación.

Ahora, que hay un Tratado de Libre Comercio entre EEUU y la República Dominicana, es el momento de poner la lupa de la legislación y de nuestros valores democráticos al hecho de que estamos endulzando nuestros alimentos (de cada tres cucharadas de azúcar que consumimos dos son producidas por los Fanjul) con el producto del trabajo infantil y una esclavitud cuyo disfraz de trabajo bajo contrato no convence.

La industria azucarera se beneficia de subsidios que provienen de nuestros impuestos y, con el advenimiento del etanol, algo que considero positivo lo mismo para la economía dominicana como para la haitiana, no es permisible que también comencemos a usar combustible producto del trabajo infantil y esclavo. El trabajo de Amy Serrano me hace sentir orgulloso de una generación de jóvenes cubanoamericanos que han comprendido que el problema cubano —la generalizada esclavitud— tiene sus orígenes en la práctica y la ideología esclavista de la plantación que, como una hidra, saca sus cabezas en cualquiera de nuestros países ayudada por la desidia y miopía de muchas de nuestras elites económicas y políticas, ayudando con ello a legitimar los falsos discursos de soberanía y justicia de los dictadores populistas de turno.

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